Me
fui hasta el Palacio velázquez, en El Retiro. Quería ver la retrospectiva del
artista japonés Tesuya Ishida (Yaizu, Shizuoka 1973 – Tokio 2005). Sus
composiciones son meta-lógicas o metafísicas: van más allá de la lógica, o más
allá de la física. Los críticos de Arte le encajan dentro del “Realismo
escéptico”, para decir que sus obras son raras: nada tienen de realistas, nada de escépticas.
Los
cuadros de Ishida son surrealismo puro: personajes híbridos, máquinas
antropomorfas dominadas por la alta tecnología, sometidas al trabajo y al consumo,
dentro de un círculo infernal sin escape posible.
Algunos
quieren ver en Ishida “sátira social”, a partir del “milagro económico” japonés
de la postguerra (1945), que se alargó hasta la crisis del petróleo de 1973.
Las especulaciones financieras e inmobiliarias, del neocapitalismo más salvaje
e incontrolado, provocaron otra crisis económica en 1991. Reestructuraron la
economía, a partir de la utilización de robot, en sustitución de la mano de
obra humana. Esa forma de entender la economía, basada únicamente en criterios
económicos provocó la última (falsa) crisis en occidente, a partir del 2007,
que todavía colea: los capitalistas son insaciables. Nunca ganan lo suficiente.
El
artista japonés se sintió afectado por las crisis económicas, que repercutían
negativamente en la sociedad. Su desazón intelectual se conformó en imágenes
que criticaban ferozmente al sistema: los hombres/mujeres dejan de ser
mujeres/hombres para hibridarse con las máquinas dentro del binomio
trabajo-consumo.
Los
expertos en la obra de Teisuya Ishida indican que el pintor se adentra en las
obsesiones de las personas que se encierran en espacios y tiempos donde
trabajo, consumo y ocio se co-funden o confunden. Esas obsesiones están también en Kafka:
individuos que se transforman en híbridos insecto-humanos alienados, prisioneros
y domesticados por los poderes fácticos que manejan desde los sistemas educativos
a los medios de comunicación.
Para
entender al pintor, en sus cuadros, un pequeño párrafo, de uno de sus cuadernos
de apuntes, fechado en 1999: “Intenté
reflejarme a mí mismo –mi fragilidad, mi tristeza, mi ansiedad– como una broma
o algo divertido sobre lo que reír. Transformarme en objeto de risa, o de más
tristeza. A veces era visto como una parodia o sátira de la gente contemporánea.
Me expandí para incluir a los consumidores, los especuladores, los trabajadores
y los japoneses. Las figuras del cuadro se expandieron hacia gente que puedo
sentir”.
Cada
cuadro de Tetsuya Ishida puede causar perplejidad, turbación, desconcierto,
rechazo… incluso miedo. Pero merece la pena acercarse a un pintor que describe
su tiempo, nuestro tiempo, a su manera, desde la desesperanza que provoca la economía
de mercado, donde las personas debe hibridarse con los robots para no ser
obstáculos en la obtención de los beneficios empresariales…
Pablo Torres
Sábado 1 de junio
2019
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