miércoles, 24 de febrero de 2021

RETRATOS SATÍRICOS CONTEMPORÁNEOS (2)

 

JOSÉ ALAR CUNT, CENSOR DE PERIODISTAS


 

 

Porculero vocacional, censor de periodistas, José Alar Cunt confundía Dick (nombre propio) con "a dick" (una polla). Y no tuvo empacho en eliminar la firma de un artículo de un periodista no sometido a sus bajezas, porque su cerebro, estiercol de niñato pijo con pretensiones, no le daba para más. Se escandalizaba ante nombres como las Pussy Riot (Coño perturbado), o la procesión del coño insumiso

Resumen de uno de los capítulos de "La culpa fue del Caviar", entrega de "Los casos de Tadeus Kunzt", en el que el periodista jubilado Esteban Zapata le explica los modos y maneras de los políticos mediocres, como José Alar Cunt, empeñados en censurar a la manera franquista cualquier texto que se les ponga por delante

Tenía en sus manos un capítulo de la biografía de EstebanZapata, periodista jubilado. Se titulaba “El inquisidor tonto, el chiquitín pelota y La Chelito”. Narraba su experiencia con tres tipejos de un partido político desnortado, supuestamente de izquierdas, empeñados en censurar a periodistas de una publicación estatal, obligándoles a trabajar como si fueran empleados de alguna empresa privada de su propiedad. Eduardo Navarro, de la “Agencia de Investigación Tadeus Kunzt”, se interesó por José Alar Cunt, un necio con pretensiones, experto de corrección política, censor de periodistas.

            El apartado dedicado a José Alar Cunt, destilaba la mala leche propia de un periodista insobornable, condenado a ganar un sueldo menor que el de un fontanero o un carnicero... por librepensador independiente. El tipejo Alar Cunt pertenecía al grupo de esos chicos trajeados de azul, corbata a juego, gemelos de oro, pelo engominado, misa dominical. Provocaba exclamaciones del tipo “Cuanto más conozco a los políticos, más quiero a mi perro”. El muchachote tenía futuro político, traidorzuelo siempre dispuesto a realizar cualquier trabajo sucio que le llenara la cartera: era un completo lameculos menor, un diletante; un político de tercera categoría que, como otros gilipollas, estaba en la política para tocar las pelotas a los trabajadores y amasar una fortuna…

            José Alar Cunt, un rasputín de tres al cuarto, ¿era de fiar? Si la paga era la adecuada, este advenedizo blandito, olisqueador vocacional de entrepiernas, infectado de codicia, era de desconfiar. Su currículum, lleno de mentiras propias de un “creativo” de los que no valen ni para tomar por el culo, apestaba. Eduardo leía y no se lo creía: educado en un colegio privado, de dogmáticas ideas religiosas, de una poderosa secta, estudiante mediocre, sus adinerados padres –amasaron una fortuna con los privilegios de la dictadura franquista–, enviaron al joven José Alar Cunt a estudiar Derecho en una universidad elitista, privada, de la zona norte, fundada en los oscuros tiempos anteriores a la Constitución de 1978. Para engordar su síntesis profesional, cursó algunos estudios estériles de Economía, o ciencias de la adivinación; e hizo un máster del universo relacionado con las energías… con el tiempo, gracias a las llamadas de papá, le ficharon como “asesor” político, experto en naderías. No tenía hueco en la empresa privada, ni capacidad profesional para montar su propio bufete como abogado.

¿El joven José Alar Cunt aprendió a motivar como líder formado en un curso de liderazgo? No. ¿Aprendió a ganarse el cariño y el afecto de todos como líder? No: le faltaba inteligencia emocional. ¿Tenía un buen trato humano? No: se lo impedía su naturaleza despótica ¿Conocía los detalles familiares de las personas que trabajaban con él? No: le importaban un carajo. ¿Se ganó el aprecio de algún equipo de trabajo en prácticas como líder? No: le detestaban por incompetente. ¿Sabía liderar? No: sólo sabía hacer la pelota a sus jefes, recurso de los limitados mentalmente para sobrevivir. Un líder auténtico no necesita hacer un cursillo de liderazgo.

Alto y desgarbado, pelo castaño, nariz grande, cara poco agradable, sonrisa forzada que no borraba su gesto crispado, abundante pelo repeinado y tieso, trajeado en gris, consciente de su vulgaridad y falta de lucidez, José Alar Cunt necesitaba medrar a cualquier precio: nunca destacaría por talento o inteligencia, porque no tenía ni inteligencia ni talento. Su estrategia le llevó a arrimarse a los cuadros intermedios de políticos satisfechos con sus nutridos ingresos mensuales, para hacerse un hueco entre los asesores “bien-pagados”, inútiles con vocación de bufones. Encontró su lugar entre una figura política de tercer orden, súper pagada, “La Chelito”; y su fiel escudero, un tipejo bajito, acomplejado, de mandíbula prominente, apodado “El Agustinín” o el “Chiquitín pelota”.

            El consejo de papá, hombre del régimen anterior, le llevó a realizar un máster en liderazgo en la afamada, elitista universidad norteña; y otros estudios de relleno. Demostrarían el poderío económico familiar, la aparente sólida formación académica de los hijos de la gran burguesía, pensada como la inversión más rentable para acceder a los mejores trabajos en el mercado laboral.

¿El joven José Alar Cunt aprendió a motivar como líder formado en un curso de liderazgo? No. ¿Aprendió a ganarse el cariño y el afecto de todos como líder? No: le faltaba inteligencia emocional. ¿Tenía un buen trato humano? No: se lo impedía su naturaleza despótica ¿Conocía los detalles familiares de las personas que trabajaban con él? No: le importaban un carajo. ¿Se ganó el aprecio de algún equipo de trabajo en prácticas como líder? No: le detestaban por incompetente. ¿Sabía liderar? No: sólo sabía hacer la pelota a sus jefes, recurso de los limitados mentalmente para sobrevivir. Un líder auténtico no necesita hacer un cursillo de liderazgo.

El segundo personaje del trío, el “Agustinín”, era personaje menor transmutado, de la noche a la mañana por su adscripción política, sin dejar ser el agrio, amargado, gris funcionario puesto a dedo, dispuesto a perpetrar cualquier bellaquería. La política inundaba la billetera de los tontos con habilidad para elegir bando. El gran mérito de “Agustinín” fue optar por el bando más rentable.

Eduardo Navarro quiso conocer personalmente a Esteban Zapata, periodista jubilado, hombre dispuesto a no dejar títere sin cabeza, en un país de títeres con dientes de tiburón. Una llamada de teléfono, entrevista concertada en un pub irlandés, próximo a la Puerta de Alcalá, celebrada con pintas de Guinness.

            –El problema endémico que tenemos en este bendito o maldito país –sentenció Eduardo–, es que hay mucho tonto, con mucho poder. Son un peligro para la convivencia.

            –Coincidimos en el diagnóstico, Eduardo. Un tonto con poder es peor que el peor de los hijos de puta. Y estamos en manos de tontos, rematadamente tontos.

            –¿Conociste al mediometro ese que llaman “el Agustinín”?

            –Sí. Es un imbécil bajito, acomplejado, un pequeño Napoleón, caniche ladrador. Se crecen ante los que considera sus inferiores y se encoje ante los que entiende sus superiores. Es el clásico tonto español, orgulloso de ser tonto, consciente de su incompetencia. Se mueve como un perrito faldero y amariconado. Reclama las caricias de sus jefes.

            –¿Qué me puedes decir de “La Chelito”?

            –Es una estúpida repeinada, bruta e ignoranta como ella sola. Necesita a su lado a mediocres y grandes tontos…

            –Los pelotas de toda la vida, ¿no? –Eduardo–.

–Eso es. Los pelotas que la rodean le dirán que es una injusticia que no sea ministra y esas sandeces que enardecen a los políticos. Hablo en general: hay políticos excepcionales, aunque no están en partidos con poder… digo poder, aunque debería decir partidos políticos al servicio de los poderes fácticos, los que de verdad mandan.

–¿Estar cerca de ellos es peligroso? –Eduardo–

            –Los años me han enseñado que, para sobrevivir, hay que adaptarse al medio. Si vas de cara, te la parten de inmediato. Siempre hay gentuza de la peor calaña dispuesta a las mayores indignidades por dinero. El “Agustinín” ese de mierda, como no lograba que los periodistas  de “su revista” escribieran a su dictado, les puso como director de la publicación a un funcionario.

            –¿Un funcionario como director de una revista? –Eduardo, extrañado–.

–En España todo es posible, porque donde acaba la lógica, empieza el funcionariado. Y como ese funcionario, licenciado en Periodismo, que antes trabajó en un medio radiofónico, hizo causa con la Redacción, el "Agustinín", pequeña sabandija, le enfiló y se la guardó. Pero ese bajito mamón se dedicaba a “comer” con periodistas de otras revistas, invitándoles en buenos restaurantes. No pagaba de su bolsillo. Además, les daba publicidad para garantizarse artículos favorables a su gestión. Es decir, compraba sutilmente la voluntad de los propietarios, que forzaban a los periodistas a escribir artículos patéticos a favor de ese tonto del culo si querían mantener el empleo. Ese era el “Agustinín”, el caniche de “la Chelito”.

–Cómo os las arreglabais para publicar? –Eduardo–

            –Para poder publicar artículos y entrevistas con gente que merecía la pena, debías ocultar algunos datos. En cuanto escribías que tal escritor o personaje estuvo ligado al Partido Comunista, te rechazaban el artículo: los franquistas, guardianes del orden establecido, siempre estaban al acecho. Nada de escribir sobre el franquismo, nada de molestar a los franquistas. Lo normal era ocultar ese dato o cualquier otro que no les gustara. Siempre han querido banalizar la historia del franquismo, su maldad. Dada la ignorancia del “Agustinín” y su camarilla de indocumentados con pretensiones, con un poco de habilidad, publicabas buenos artículos.

            –Nunca pensé que podían suceder estas cosas…

            –Y otras más gordas. En una ocasión, un redactor de los patéticos, “Carlitos, el pequeño Judas”, lameculos que llegó a creerse que era el redactor-jefe de la revista. Decidió hacer todavía más la pelota al “Agustinín” publicando páginas y páginas con fotos de su jefe. Aquel artículo provocaba vómitos. Cuando el “Agustinín” regresó de un viaje y vio el descalzaperros hecho por ese lameculillos, ordenó destruir toda la tirada de la revista y volverla a imprimir, cambiando unas fotos. Yo conservo un ejemplar para la historia de esa revista, que logré esconder. La broma de ese Judas costó más de seis mil euros. Quería demostrar su autoridad, ante ese mierda: demostró lo tonto y lo soberbio que era. Es el inconveniente de tener un jefe tonto de baba que pensó que el resto de la Redacción era como aquel mierda.

–¿El “Agustinín” es un tío acomplejado? –Eduardo–.

–Posiblemente. Muchos bajitos tienen mucha mala folla. El “Agustinín” es un tipo verticalmente corto, o reducido…como Franco. Ese tonto-pollas es un enano con un mentón desproporcionado, caballuno. No tiene ni media hostia. Pero hoy no se puede decir de alguien que es un enano trajeado, porque es ofenderle. Lo mismo pasa si dices de alguien que es tuerto. Lo correcto es decir que es una persona de visión reducida…

            –¿Volvemos a “la Chelito”?

            –Relamida, repeinada, rubia de bote, oxígeno puro en el pelo recortado, alisado hasta conformar una tupida peluca natural, a la manera de aquellos peinados infames, vintage, de los años 60, siglo XX, cuando la moral nacional-católica infectaba hasta el último rincón, del último pueblo de la provincia más deshabitada.

            –¿Una tipa desagradable? –Eduardo, perplejo–.

Cuerpo menudo, caminaba en difícil equilibrio como una estrella de rock, sin fans, desde la puerta de su casa al coche oficial; y desde el coche oficial a su despacho, donde ocupaba un gran sillón, pequeño en un desproporcionado espacio, acorde con su posición política. No se mezclaba con los trabajadores, ni atendía sus peticiones, personificando el ordeno y mando: nada de llevarle la contraria, o contradecir sus órdenes. Despótica hasta el ridículo, creía que todos debían estar su servicio.

            –Menuda pájara –dijo Esteban Zapata–. Debe sufrir algún tipo de desorden mental. Está convencida de que es la reina de los mares, aunque es una mediocre integral. Es de ese tipo de políticos que no se conforma con una dirección general. Ella cree estar en un nivel superior, con un sueldo superior, exagerado. Pero no vale mi para tomar por el culo.

            –En ese partido político ¿no tienen gente con entidad? –Eduardo, asombrado–.          

–Si revisa el tiempo y el trabajo que hizo, cuando la pusieron a dedo donde la pusieron, comprobarás que pasó sin pena ni gloria, aunque se marchó con la cartera llena. Siempre que su partido la coloca, hace lo mismo: hacer que trabaja y forrarse.

            –Pero si apenas sale en los medios de información…

            –Sabe que si se mueve, no sale en la foto. Es una forma de decir que es una consumada maestra en obedecer a sus superiores, mostrarse discreta y trabajar su imagen. Salir poco en los medios y salir bien. Esa es la clave de su éxito. Pero es una política vulgar, mediocre, sin talento. Domina el arte de la manipulación y tiene a dos mamarrachos haciéndole ese sucio trabajo de imagen: el José Alar Cunt y el chiquitín de mala folla.

            –Esa tipa, ¿ha trabajado alguna vez en el sector privado?

            –Si te digo la verdad, no lo sé. Pero, ¿quién le va a pagar más y mejor que su partido? En la  empresa privada jamás lograría grandes ingresos por su trabajo. Para el dinero “la Chelito” no es tonta, no. Aunque hay que tener cuidado con ella: es de negras entrañas.

            –¿Y el amigo Alar Cunt?

            –Es de la misma escuela del “Agustinín”, un gilipollas, un abogadito mediocre, simple y bastante estúpido, con alma de inquisidor. La censura sigue viva en España, no murió con el franquismo. Si ese individuo es el reflejo de alguna institución del Estado, que se agarren los ciudadanos ante el susto o muerte que les provocará.

            –¿Ese individuo censuraba información?

            –Sí, por supuesto. Si se hace en la televisión pública, se hace en otras publicaciones. Hay pocos periodistas de verdad a los que se les permita escribir con entera libertad, en defensa de la sociedad; cuidándose mucho de molestar a sus amos.

            –¿Algo concreto de José Alar Cunt?

–En una ocasión, ese indeseable, militante de un partido político supuestamente de izquierdas, se atrevió a quitar la firma de un periodista que no se sometió a sus caprichos en un artículo, porque no le gustaba el nombre. Vamos, que ese siniestro inquisidor de mierda le hubiera cambiado el nombre a Moby Dick, la gran ballena blanca; o al mismo Dick Cheney, vicepresidente de los Estado Unidos de Norteamérica, porque Dick, nombre propio en Estados Unidos y países de habla inglesa, aunque para los ignorantes suena a polla… fonéticamente hay bastante diferencia.

            –No me lo puedo creer…vamos, que es la polla.

            –Lo que te digo es cierto, Eduardo. Ese mameluco embrutecido, fanático como un inquisidor, no hubiera permitido el nombre del grupo musical las “Pussy Riot”. Traducido sería “Coño perturbado”, “Coño loco” o algo por el estilo. En fin, este tipo de gilipollas infectan los partidos políticos, infectan cualquier entidad, mientras llenan sus carteras con descaro.

            –Esos comportamientos, ¿tienen alguna explicación? –Eduardo, tratando de comprender una conducta tan miserable–.

            –Ya sabes que estos cabestros, educados en colegios religiosos subvencionados, son mayoritariamente unos reprimidos sexuales patológicos, más salidos que el rabo de un cacerolo… en cuanto ven una teta o huelen unas bragas, enloquecen. Y les sale el inquisidor que llevan dentro.

            –Este individuo, ¿sabes si tiene algún funcionario que le asesore?

            –Creo que sí. Se ha dejado guiar por el hijo de un franquista, un militar de oscuro pasado criminal. Tarde o temprano descubrirá que es un manipulador, que le maneja a su antojo. Los niños de papá no son listos que se diga.

            –Toda esta gentuza, sin escrúpulo subvierte los nobles principios de la política –Esteban Zapata, desde su experiencia–. Dicen que están para servir a los ciudadanos, aunque la realidad deja claro que únicamente quieren forrarse.

            Eduardo llegó a la conclusión de que José Alar Cunt era el prototipo del político indeseable, trepa vocacional, siniestro inquisidor achulado, maula con cara de tonto, rematadamente tonto, dispuesto a machacar a los que creía sus inferiores; siempre a las órdenes de sus superiores jerárquicos que le marcaron el recorrido, el camino de la sumisión y el sometimiento bien recompensado.

            Eduardo Navarro, de la Agencia de Investigación Tadeus Kunzt, y Esteban Zapata, periodista jubilado, se despidieron con un abrazo.

Pablo Torres

NOTA.- El texto es una ficción, basada en hechos reales, resumen de un capítulo de la novela "La culpa fue del caviar", de Pablo Torres, de próxima publicación, cuando el covid-19 permita ir a las buenas librerías. 


jueves, 18 de febrero de 2021

EL RINCÓN DE TADEUS KUNZT

 

Mural pintado en el barrio de Lavapies (Madrid), eliminado por orden del alcale de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, reaccionario y cerril, cruzado contra la izquierda (Foto: Pablo Torres)

  PABLO HASÉL, O EL MIEDO A LA LIBERTAD

Si el Gobierno del PSOE tuviera reflejos, Pablo Hesél ya estaría indultado y la Ley Mordaza derogada. La opinión nunca es delito en una democracia: no existen los delitos de opinión, aunque los hay contumaces que confunden opinión con injurias e insidias. Pero el pánico a la libertad de los políticos del PSOE, liberales y de derechas a su pesar, salvo excepciones, les paraliza. No encuentran la puerta (no giratoria) por la que escapar a sus propios miedos.

     Unos jueces ultras decidieron que el rapero Pablo Hasél debía ir a la cárcel por las letras de sus canciones. La ley por la que fue condenado sigue vigente: es la llamada "Ley Mordaza", impuesta por un reaccionario como M. Rajoy, o Mariano Rajoy, figura máxima del Partido Popular, partido de la corrupción. El Partido Socialista, PSOE, no se decide a derogar una ley que no tiene parangón en el entorno de los países democráticos de la Europa occidental. El miedo del PSOE a las derechas es endémico. Pasaron del socialismo a la socialdemocracia, por decisión de Felipe González, "el Transicionero"; y de la socialdemocracia al liberalismo, por el pavor a las derechas y poderes fácticos. La cagaleras de los socialistos (no es errata) dejan olorosos regueros a mierda.

     El encarcelamiento de Pablo Hasél ha despertado la ira de los movimientos sociales. Los jóvenes han vuelto a sacar su ira, como lo hicieron con el movimiento de los indignados, y han provocado incidentes con la Policía en Barcelona y Madrid. Hay un malestar en la sociedad por las malas condiciones económicas y sociales, malestar no detectado por la clase política. El PP no sabe cómo digerir la estrepitosa derrota sufrida en las Elecciones de Cataluña, El PSOE es prisionero de sus miedos a la libertad, PODEMOS está en la cuerda floja por sus indecisiones y la facundia de Pablo Iglesias… VOX sigue creciendo, producto de ese malestar social que radicaliza a la gente.

     La crispación política se agudiza por un puñado de jueces carcas y reaccionarios que se niegan a dejar sus puestos en el Consejo General del Joder Judicial, caducado desde hace más de dos años. Esos jueces y otros que van por libre cargando contra PODEMOS, por su “comunismo” (¿Cuándo hubo en España un régimen comunista para que haya tanto experto en comunismo?), centran su trabajo en proteger a los políticos del PP, implicados en causas judiciales. Las hemerotecas están llenas de nombres de jueces de ideología ultra, con sentencias que ponen los pelos de punta (la más reciente absuelve a Cristina Cifuentes, anterior presidenta de la Comunidad de Madrid, experta en cremas faciales; y condenan a las que fueron obligadas a falsificar el expediente de un máster que la ex presidenta de Madrid nunca hizo), incluida alguna que otra conducción motera en estado de ebriedad.

    Si el Gobierno del PSOE tuviera reflejos, Pablo Hesél ya estaría indultado y la Ley Mordaza derogada. La opinión nunca es delito en una democracia: no existen los delitos de opinión, aunque los hay contumaces que confunden opinión con injurias e insidias. Pero el pánico a la libertad de los políticos del PSOE, liberales y de derechas a su pesar, salvo excepciones, les paraliza. No encuentran la puerta (no giratoria) por la que escapar a sus propios miedos.

 

 

 

Viajes: caminos, lugares, acentos (8)

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