miércoles, 2 de agosto de 2023

VIAJES: CAMINOS, LUGARES, ACENTOS (1)

 

 DONOSTIA/SAN SEBASTIÁN-SARA

Salíamos de Madrid a las ocho menos diez de la mañana, hacia Donostia (San Sebastián), para luego trasladarnos a un caserío del pequeño pueblo de Sara, en el País Vasco francés, fronterizo con Navarra. Salir desde el sur de Madrid, para dirigirse hacia Burgos, nos llevó más de media hora por la M40. El tráfico no fue precisamente fluido.

Hicimos una parada en Quintanapalla (Burgos), para un pequeño descanso. Luego subimos hacia Vitoria, en Álava. Antes pasamos por el Desfiladero de Pancorbo, en los montes Obarenses de Burgos. Los montes Obarenses, impactantes a la vista, se levantan como muralla natural entre el valle alto del río Ebro y la Bureba, pórtico de la meseta castellana desde el norte peninsular. El río Oroncillo, no demasiado caudaloso, atraviesa el inmenso muro en su camino hacia el Ebro, por un angosto desfiladero: es el paso geográfico, un estrecho pasillo, entre estas dos grandes unidades geográficas, usado desde antaño por todos aquellos que necesitaron cruzar, en sus migraciones, el muro entre territorios.

Siempre me llamó la atención la belleza del desfiladero de Pancorbo. Actualmente no se cruza el pueblo por su mitad urbana. Una pequeña circunvalación evita entrar en la pequeña población.

A la una de la tarde estábamos en Donostia. Aparcar nos llevó su tiempo. Coincidió que ese día pasaba por allí el Tour de Francia: toda la ciudad estaba patas arriba. Siguiendo hacia un costado de la ciudad, más allá del aparcamiento del Kursal, vimos que el parking de Txofre tenía plazas libres. Allí metimos el coche: cerca estaba la playa, con su olor marino. No estaba lejos el Kursal, aunque toda la ciudad estaba petada con vallas que impedían el paso de vehículos.

El "Pintxoteo", típico en la parte antigua de la ciudad

Caminamos junto a la playa de Zurriola, por el paseo, hacia el Kursal y la ciudad vieja: transitar por esa zona es acceder a todo un catálogo del maravilloso faunario humano: bañistas en la playa, disfrutando del sol; una mujer de avanzada edad, leyendo alguna novela, en uno de los bancos del paseo; activistas instalando una pancarta en euskera, sin lograr saber contra qué protestaban al estar escrita en euskera; seguidores del Tour, reservando sitio para ver pasar la riada ciclista; una mujer con su hija, comiendo un helado, esperando a los ciclistas horas antes de su paso; tranquilos peatones, en los dos lados del puente sobre el río Urumea; gente cruzando un paso cebra, más turistas sentados en bancos, aprovechando la sombra de los árboles; una furgoneta del Tour, vendiendo camisetas y gorros a precios abusivos

Cruzamos el puente sobre el río Urumea. Mientras esperábamos la llegada de Javier, Ana y Silvia, nos dimos un pequeño paseo por las estrechas calles del casco histórico, construido tras las guerras napoleónicas. Buscamos una taberna, en las que estuvimos en anteriores viajes, en la calle Íñigo: la estaban preparando para su próxima apertura. recordábamos este local por las extraordinarios chipiones a la plancha, con patatas fritas. Tuvimos que buscar otra taberna.

Encontramos un local casi al final de la calle Fermín Calbete. Se imponía comer de pinchos o pintxos. El “pinchoteo” es actualmente una forma de socializar en las tabernas, sin olvidarnos de los precios: tres y cuatro euros, cada pincho. ¡Una barbaridad! Tres pinchos y una cerveza se van a 12 euros. Y no has comido. Los taberneros siguen en sus trece: desfondar a los turistas, acabar con la gallina de los huevos de oro por pura avaricia.

Seguimos caminando hacia el Ayuntamiento, o antiguo casino. El faunario humano es sorprendente. Afortunadamente cada cual viste como quiere: desde vaqueros y zapatillas deportivas, a minishorts blancos o de colores con cualquier tipo de calzado. Los hombres daban la sensación de ser más recatados.

 El Tour revolucionó y atascó la ciudad

Desde uno de los viales se podía ver parte de la fachada de la iglesia de Santa María del Coro, con una escultura de san Sebastián. La angostura de las calles impide ver el conjunto barroco. Pero lo que no puede ser, no puede ser y es imposible. Pese a todo, el faunario permite obtener buenas fotografías, como la tres mujeres y un hombre caminando hacia el puerto. En esa misma calle, Silvia vio una pequeño hombrecillo construido con papel maché. Vestía una camiseta con los colores del club de fútbol de la Real Sociedad: quiso hacerse un par de fotos con el muñeco de cartón piedra, más o menos de su misma estatura.

Avanzamos en nuestra caminata por la ciudad antigua. Pegado a la heladería Etxeco Izokiak, hay un edificio religioso. No logramos identificarlo, entre otras cosas, porque nos fuimos en dirección hacia la playa de la Concha, un espacio maravilloso en el que se concentran miles de personas para disfrutar de buenos baños en aguas cantábricas. Es un lugar de ensueño, ideal para unas vacaciones de sol y playa.

Los jóvenes se acomodan a cualquier situación, en cualquier circunstancia. Una muchacha miraba y remiraba su móvil, ajena a todo cuanto pudiera pasar a su alrededor. En la plaza del Ayuntamiento, carteles anunciando “JaZZaldía”, para los días 21 al 25 de julio. No todo puede ser sol, playa y pinchos.

Cualquier sitio es bueno para engancharse al móvil.

 Nos situamos en una de las aceras, para ver pasar a los ciclistas del Tour. Javier se puso en los hombros a Silvia, para que viera mejor el paso. Y el paso, de poca duración, se convirtió en una diversión generalizada: miles y miles de teléfonos móviles tomaban imágenes del paso de los ciclistas y todo su acompañamiento de motos y coches.

Después Silvia vio un tiovivo, con sus caballitos. Y allí nos llevó: se subió a uno de los caballos de madera, dando la sensación de montar al mismo Babieca, a la manera de el Cid. Bendita infancia, feliz con cualquier atracción.

El faunario humano siguió ofreciendo imágenes de un tiempo, en una ciudad única: dos mujeres charlaban en un banco de madera, pintado de blanco. Tampoco faltaba un grupo de ingleses, con sus delantales y gorros de ¿chefs”. Quizá pertenecieran a alguna sociedad gastronómica: parecían dispuestos a comerse los pintxos a dos manos. Los ingleses son temibles, especialmente los hooligans futboleros cuando la cerveza por cubos despierta su lado más inhumano.

De regreso hacia el parking pasamos por la puerta de la iglesia de Santa María de Coro. Un sorprendente cartel anunciaba una sorprendente exposición: “Rituales y misticismo religioso en los Andes peruanos”. En ese cartel se podía ver la fotografía de alguien vestido de forma “rara”. Nos pareció que ese “alguien” estaba dentro de algún Carnaval, dado el colorido de su ropaje. ¡Tremendo!

En la facha del edificio, en la parte derecha, según se miraba, otras rara obra de arte actual. De significado desconocido, con formas anómalas. Por muchas vueltas que se le quisiera dar, aquello parecía más un adefesio que cualquier otra cosa. Quizá en el futuro esa cosa pueda ser vista como una obra de Arte.

LA IGLESIA DE SAN VICENTE.- El templo dedicado a san Vicente, es el edificio más antiguo, de estilo gótico, en la parte antigua de la ciudad de Donostia. De planta rectangular, con tres naves de crucero, se empezó a edificar en el 1507. En el exterior de sus muros hay sentencias. Una de ellas avisa: “En quien juran y en su casa no faltará mal ni llaga”. En otro de los muros, hay una “Piedad” del escultor Oteiza.


             En nuestra ruta de regreso al parking, vemos carteles sorprendentes, como el de un vampiro de los Años 20, del siglo XX; o un precioso puzzle, con la imagen de una muchacha quizá oriental. Por supuesto, los servicios de limpieza trabajan por toda la ciudad, a cualquier hora del día. Es importante mantener la ciudad limpia. Y en las calles, más imágenes del faunario humano paseando las calles peatonales.

            Casi a la altura del Kursal, el río Urumea con la marea alta. Cuando nos acercamos al parking, ciclistas en los viales por los que había pasado el Tour, la gran carrera del ciclismo mundial. Minutos, a 17:40 horas, después llegábamos a los coches, para seguir nuestro camino hasta el pueblo de Sara, en el País Vasco francés.

Al fondo, el Kursal, uno de los emblemas de Donostia

En los coches, puesto el GPS, marchamos hacia la frontera. Antes debemos llegarnos hasta Irún. Y pasado Irún, más adelante hay que desviarse hacia Pamplona, la capital de Navarra. Al llegar al pueblo de Bera de Bidasoa, lo cruzamos para seguir en dirección a Sara. Entre ambas poblaciones no habrá ni diez kilómetros. Y se sabe que se está en Francia, cuando un cartel nos avisa que estamos en los Pirineos Occidentales. No hay la menor diferencia entre la zona vasco-española o vasco-francesa.

En la zona vasco-franco-navarra, Sara, rodeada de montañas pirenaicas.
 
SARA (País Vascofrancés).- A las siete y cuarto llegamos al caserío Anarpea, en las afueras de Sara, o Sare. Son franceses, son vascos: hablan francés y euskera. Es su tierra. El asunto de la independencia de los vascos es complejo, más en un país como España, o incluso Francia, donde los fanatismos engendran violencia e irracionalidad.

            Sara, escrito y expresado Sara en euskera y castellano fronterizo, es una localidad y “comuna francesa” de los Pirineos Atlánticos, en la región de Nueva Aquitania, cercana al golfo de Vizcaya, en el mar Cantábrico. San Juan de Luz está a 14 kilómetros. Pertenece al territorio histórico de Labort.

            En Sara, a la salida del pueblo, están las cuevas de Sara, o Sare, descubiertas por el sacerdote y etnógrafo José Miguel Barandiarán, exiliado en esa población desde 1941: el franquismo no permitía ciertas opiniones sobre la identidad diferenciada del pueblo vasco. Las cuevas de Sara tienen una antigüedad calculada en dos millones de años. Desde Sara se accede al monte de Larrún. La población limita con Saint-Pée-sur-Nivelle, al noreste; Ascaín, o Azkaine, y Urrugne, o Urruña, al noroeste; y Zugarramurdi (Navarra), al sur. Una ruta medieval atraviesa el pueblo de norte a sur, en dirección a España. El pueblo cuenta con catorce oratorios de culto a santos cristianos.

            En el caserío, le dejé la máquina de fotografiar a Silvia (seis años). Es bueno que, además de los lápices, se familiarice con la Fotografía. Le dije cómo manejar la NIKON e hizo sus primeras fotos.

            La niña del matrimonio propietario del caserío, Inés, que estará por los diez o doce años, nos entiende; aunque muestra timidez ante unos desconocidos de Madrid: ¿por qué estábamos allí o habíamos elegido Sara?. No se atrevía a hablar en castellano: utilizaba el euskera o el francés, obligatorios en los centros educativos. Logramos entendernos, recurriendo a los gestos, al poco francés que manejamos, al inglés. La vida en un casón vasco, idéntico a los caserores que se pueden ver en la zona de Navarra o Euskadi, o en la zona vascofrancesa, es dura: no hay muchos lugares donde "gastar" el ocio.

    Tras acomodarnos, una cena ligera y descanso. El día había estado marcado por el largo viaje y la estancia en San Sebastián/Donostia, una de las ciudades más bellas y acogedoras de Europa.

Pablo Torres.

[Primer capítulo del libro "Caminos, lugares, acentos"].
Páginas 97 a 104. Se editará en diciembre del 2023 o enero del 2024.







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