jueves, 25 de marzo de 2021

RETRATOS CONTEMPORÁNEOS (3)

VICENTÓN CUELLOTORO,

SANCHOPANZÓN SIN DON QUIJOTE

 

Ilustración: collage de Pablo Torres (23 marzo 2021)

La desconocida fuerza sobrenatural que le acercó al intenso perfume del incienso, acaparó sus ratos de ocio, aplicándose en lecturas piadosas. Sus enemigos, en ambientes atufados de azufre, fuego infernal para impíos, cruzaban apuestas. Ganaron todos aquellos que apostaron a que Vicentón Cuellotoro sólo había leído en toda su vida un único libro de ficciones: un misal, pequeño libro litúrgico con los rezos para celebrar la eucaristía.

    Sobresalía por su físico, poco agraciado, propio de un gañán desaliñado, corbata de seda, siendo un personaje singular de La Mancha manchega más árida –queso, tocino y gachas–, de perfil sanchopancesco: cuerpo de pera rechoncha, piel curtida con la cabeza alicatada bajo la negra boina, ensamblada al torso por un cuello de toro que se comía la mandíbula, soldándose con las orejas. Vicentón Cuellotoro, piernas cortas y delgadas, palillos mondadientes con zapatos, escultura grotesca de Giacometti, abombaba aún más ese abombado cuerpo, completándolo con dos fornidos brazos de segador manual temporero.

    De niño manifestaba dos querencias: una obsesión por el juego del Monopolic y una irresistible atracción por acercarse a los espacios profundos, aromados de incienso ardiente. De adulto perfeccionó el Monopolic, como aplicado propietario de casas y pisos, aquí y allá; frecuentando oscuros templos inciensados, donde lavaba sus pecados de avaricia con unos padrenuestros y jugosas donaciones para ganarse el cielo.

    El monopolic le educó en la técnica de la Economía capitalista, basada en los monopolios (concesiones estatales para explotar mercados en exclusiva, presentado como libre competencia por los apóstoles de lo privado: han extendido el mantra de que crean trabajo y riqueza. El objetivo del infantil juego es hacerse con el monopolio de las calles y lugares de las ciudades, para establecer los precios y controlar a voluntad el mercado... y tanto empeño puso en aprender el juego, que Vicente Cuellotoro se hizo, en la vida real con el suficiente número de casas para ser un ejemplar rentista, una persona de orden que vivía de sus rentas. Porque los rentistas viven de las rentas, claro.

    La desconocida fuerza sobrenatural que le acercó al intenso perfume del incienso, avemariapurísima, acaparó sus ratos de ocio, aplicándose en lecturas piadosas. Sus enemigos, peligrosos librepensadores moviéndose en ambientes atufados de azufre y llamas infernales, cruzaban apuestas. Ganaron todos aquellos que apostaron a que Vicente Cuellotoro había leído en toda un vida un único libro de ficciones: un misal, un pequeño libro litúrgico con los rezos y lecturas adecuadas para celebrar la eucaristía.

    Vicentón Cuellotoro tenía una gran capacidad de observación: veía y se fascinaba con aquellos sacerdotes motivados, capaces de dar tres y cuatro misas en una mañana. Esas celebraciones se acompañaban de grandes tragos de vino en la supuesta transmutación del vino en la sangre de un dios etéreo. O lo que era lo mismo: celebración que alteraba los sentidos. Entendió el mensaje divino: leyendo misales, arrimándose a los clérigos más trabucaires, seguro que podría darse buenos tragos de buen vino.

    Estuvo a punto de escribir un libro de cabecera, un catecismo del perfecto capitalista, una exposición concisa de la doctrina, ciencia o arte, con preguntas y respuestas que explicaban los principios básicos para acumular bienes, a costa de la pobreza de las mayorías: amarás las sagradas ganancias por encima de todo, para no perjudicar el negocio; las pérdidas las asumirá el Estado, que para eso está; no subirás los sueldos a los trabajadores, aunque se dejan la piel, bajo ningún concepto, que bastante ganan; defenderás con todas tus fuerzas los monopolios, dentro del libérrimo mercado de la libre competencia; financiarás a los políticos amigos, que luego se incorporarán a los consejos de administración, donde justificarán las subidas de precio... qué mareo, pensó Vicentón.

    Sanchopanzón atocinado sin don Quijote, en sus escapadas manchegas, cerros cerriles allá por Criptana, escolta de un don hidalgo enloquecido que veía molinos transformados en gigantes, Vicentón Cuellotoro imaginó chalets pareados y verdes urbanizaciones. Incluso en su alucinación desbordada llegó a ver un resort familiar para vacaciones en medio de La Mancha más árida, rodeada de un campo de golf, abastecido por el agua dulce de un lejano río.

    Quiso estar presente en "la política", esa noble actividad en/a favor de los mandan y mangonean, incomprendidos patriotas irredentos de la España eterna, para llevarse la tajada del león; y a ser posible al mismo león, de rugir escaso y desdentado. E inició sus arteras labores de discreta intermediación entre políticos y empresarios, los llamados creadores de riqueza: una concesión por aquí y otra por allá, una comida y un contrato de basuras bajo cuerda, unas comisiones que no son tanto como dicen esos perro-flautas o sopla-flautas de puerta de supermercado... todos ganamos y aquí paz y después gloria... en los paraísos fiscales, donde los dinero no corren peligro. Los jueces amigos, siempre miraban para otro lado. 

    El personaje, de la España más profunda y reaccionaria, reflejaba su candente felicidad cuando aparecía en las fotografías, junto a los jefes del cotarro, traje azul, sonrisas de oreja a oreja. Era Vicentón Cuellotoro, estampa del pasado presente en el presente, paseando sin complejos por los pueblos de La Mancha, dando caña a todos esos individuos que hablan de lógica y de la razón; cuando lo que importa es la lógica y la razón de los mercados capitalistas.


Pablo Torres

Madrid, jueves 25 de marzo 2021

 

 

 

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